
A veces pasa que es
domingo por la tarde
y te pesan las ciudades.
Y bajas a la calle
y tiras la basura,
le escupes a la siesta,
y miras a esos tipos que se cuelan
y aparecen con la boca y los ojos
bien abiertos en las fotografías,
y comprendes.
Y no soportas,
igual que no soportas el sudor
que se te pega en los cigarros,
que alguien te diga
que te tomes un respiro,
que es normal con esta época del año.
Y tú llamas a casa
y preguntas por las cosas,
o bates un par de huevos,
buscas un almanaque
que te explique dónde estás,
y te preguntas si son estos
los sucesos de domingo.
Y te olvidas del trabajo,
y olvidas tus manías,
tus domingos,
olvidas que los días son iguales
a la suma de cosas por hacer,
y la derrota que es dolerse todo
el cuerpo.
Y las victorias,
también olvidas las victorias.
Piensas las mujeres que has besado
alguna vez,
y las olvidas.
Después,
te olvidas de todas las mujeres.
Y dejas que la rabia te consuma,
y también la olvidas.
Y cae Severa,
y llega el lunes,
y a ti te duele por el cuerpo,
y no soportas que un atasco
te decida los horarios,
no soportas que el aire acondicionado
te recuerde que hizo frío alguna vez,
o que te hable de la piel.
Y sucede que es domingo por la tarde y
a ti te viene un pensamiento,
alguien te dice que te bajes a la calle,
y ves el modo en que se apaga
la promesa de los viernes,
el modo en que se extingue
con los últimos destellos de la televisión.
Y cae Severa,
y alguien te escupe ese cansancio
de unos labios que aborrecen,
escuchas como dicen: te comprendo.
Y no comprendes,
pero sigues conduciendo hasta el trabajo,
subes la ventanilla,
el volumen de la radio.
Tal vez imitas un silbido,
el mismo que ese ruido que se flota en las ciudades
Y te olvidas de la vida.
Fotografía: Karto Gimeno.
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