viernes, 20 de julio de 2012

DE LOS AMIGOS QUE SE VENDEN LOS OLORES


Hablaba yo con el señor Pérez Abril el otro día, a esas horas de la noche en que el alcohol se abre bien lejos y da paso a las palabras que son libres de verdad, a esas horas en que cosas que jamás dejan un poso y que se olvidan de mañana se convierten en verdades primigenias, cosas como lo mal que va el mundo y el poco caso que nos hacen las mujeres, lo difícil que es fingir ser buen poeta y tonterías así que nos llena el intestino (él diría más bien los sesos, cosas de las gentes de montaña); hablaba con Antonio el otro día, iba diciendo, y de hablar y hablar fui dando cuenta de que si hay algo que aborrezco de estos  sitios es que somos casi todos muy amigos, todos muy palmadas a la espalda y adjetivos y besitos. Nos amamos como niños de colegio. Hubo un tiempo en que quisieron enseñarme que en algunas circunstancias decir lo que se piensa, eso que a veces se aproxima a la verdad, es de ser un buen tirano, en esos años en que dicen que el futuro pasa por ser  más espabilado que el vecino y en que te llenan la mollera de basuras que no se pueden sostener por separado y estando juntas, si te apuras. Pero yo, que siempre he sido un mentiroso, ahora me extraño de que algunos se me quejen de lo mal que van pasando las portadas allá en el reino de Madrid, ese que de vez en cuando nos escupe a los que vivimos al pantano, y me pregunto si es que nadie puede verse reflejado en el espejo. No sé, igual lo que pasa es que el espejo está manchado bien de mierda, puede ser. Regenerarse o morir. Vamos diciendo. Regenerar el mundo de los pies a la cabeza, de las tetas, al zapato. Pero si de veras pretendemos dar la vuelta a este país de marionetas quizás haya que empezar por un mismo, darse la vuelta antes de que nos diagnostiquen un cáncer de piel o que el bronceado se nos vaya a dar por coño, que no tienen por qué ser la misma cosa. 
Porque quizá lo que le falta a este país son más tertulias de verdad, de esas que se celebran de cerrojo para adentro y uno deja de lamerse los favores, esas en que las prebendas y las amnistías y demás gilipolleces se nos quedan bien al fondo de un cubata machacado de cigarros y los sesos se nos parten de felices (aquí mi amigo Antonio puede estar así también contento, si se fijan verán parte del dilema), cuando lo que de verdad importa es en lo que se trabaja y si los frutos son los adecuados y son justos. Lo de hoy me rascas con el dedo y yo mañana ya si eso te lo meto por el culo lo dejamos a más tarde. Que yo hablo de lo mío, un inculto la mayor parte del tiempo, y como hablo de lo mío y de mis borracheras y de mis amiguetes los poetas, de lo mucho que me cago en los formalistas rusos y en demás depredadores,  pues voy a terminar con una cita que me encanta y que comparto con Antonio. Que para eso somos tan amigos y nos agarramos la cabeza para vomitar en los aseos. Y dice así:


Conozco a hombres 
que murieron empalmados
a la guerra civil, 
y desde entonces
nunca es tarde 
para izar una bandera. 



Y quien quiera, pues que me entienda. 

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